-Dime.
+¿Pero se puede saber dónde te has metido todo el fin de semana? ¿Y no has tenido el móvil?
-Oye oye, relájate un poco, que me acabo de despertar.
+¿Despertar? ¡Pero si son las ocho de la tarde!
-¿Y?
+¿Qué has hecho este fin de semana para estar tan cansado?
-¿A ti qué te importa? ¿Y tú qué has hecho? ¿Qué hiciste en París?
+¿A qué viene eso ahora?
-Bueno, que te cuelgo.
+¡Espera!
León siempre me daba una de cal y otra de arena. Cada vez que las cosas empezaban a ir bien yo volvía a ilusionarme como una niña pequeña y olvidaba por completo todo lo malo. Y cuando la tormenta llegaba, me pillaba sin paraguas. ¿Qué se suponía que debía hacer?
Seguí llamándole para obtener una mínima explicación, pero sin resultado positivo. Lo que me encontré al entrar en el WhatsApp para escribirle fue el ver que me había bloqueado. Qué rabia me daba eso. Además, no podía quedarme con la duda de saber qué coño habría hecho ese fin de semana. Así que se lo conté todo a Sara y empezamos a investigar en las redes sociales. Lo último que quería era encontrar algo decepcionante, pero sinceramente lo máximo que pensaba de aquello era encontrar una foto con sus amigos demostrando que salió de fiesta. Ni siquiera me hubiese enfadado, solo molestado por el hecho de que a mi no me dé permiso para hacerlo y tener que ocultarlo la única vez que lo hice. Fui demasiado positiva. No hizo falta buscar mucho en Instagram para ver que una chica de su pueblo subió una foto el sábado por la noche: León estaba entre ella y otra chica sentados en el sofá de la casa de su madre. En esa casa sólo podía entrar a escondidas, pues su madre se lo tenía prohibido. Pensé que quizá había hecho una fiesta allí y entonces estaría invitada la pareja con la que solíamos salir en verano. Hice una captura de pantalla y se la envié a Camila, una buena amiga del pueblo y novia del mejor amigo de León.
Sara no paraba de marearme la cabeza con sus hipótesis de lo que podría haber pasado, pero yo creía que exageraba. Lo que me cabreaba de todo aquello era la manera de la que me había tratado por teléfono, y solo podía pensar en devolvérsela. Hacía tiempo que tenía ganas de volver a salir con mis amigos, y se presentaba la oportunidad perfecta para no sentirme mal al hacerlo. Ojo por ojo.
Ya estábamos planeando lo que haríamos el próximo jueves universitario cuando Camila respondió a mi mensaje. Abrí el WhatsApp y vi que ella me había mandado otra foto: una de las chicas de la foto de antes estaba sentada en la cama con León, que se había quitado la camiseta. En la descripción de la foto la chica escribió «Me encantas».
Fue el preludio de algo más grande. Había tenido novios antes, pero nada más lejos de un amor de verano cuyos sentimientos no van mas allá. Nunca antes me había enamorado; solía ser yo la que pedía un tiempo como excusa para dejarlo porque no sentía más, simplemente me aburría y prefería estar sola.
Y cuando por fin conocí lo que era esa putada de enamorarse no creí en lo turbio de las relaciones: no creí en las discusiones sin arreglo, en los intentos fallidos, en el apagarse de la llama, en lo fatal de la distancia, en lo insoportable de la convicencia, ni mucho menos en la posibilidad de los cuernos. Así que para mí aquello fue algo imposible de aceptar. Lo tenía delante de mis ojos, pero es muy cierto que no hay más ciego que el que no quiere ver.
-Violeta…di algo por favor, me estás asustando.
+No pasa nada. Esta chica será una amiga, nada más. Estoy bien. Voy a llamarle, pero no puedo decirle que he visto la foto porque odia que cotillee en las redes sociales.
-¿Qué? ¿Tú estás loca? Una amiga no pone «me encantas» en una foto, y por cierto, él sale sin camiseta, sentados en la cama…¿qué más necesitas para dejarle?
En ese momento entró Julián, la persona que más en contra estaba de esta historia. Sara le enseñó la foto y le contó lo ocurrido exagerando las palabras, las formas y los gestos. Y llamándome loca. Yo no dije nada, me limité a soportar sus ojos clavados en mi juzgándome.
-Llámale y dile que un número oculto te ha enviado la foto, a ver que dice. Con lo tonto que es, será fácil convencerle de que ha podido ser su supuesta amiga la que ahora te quiere hacer daño a ti. Y podemos aprovechar eso porque seguro que ella ni se imagina que tiene novia.
+No. Para empezar no creo ni que me coja el teléfono. Y además, si averigua que estoy mintiendo se va a enfadar más.
-¿Enfadarse él? ¡Tendrías que ser tú la que se enfade joder! ¡Que parece que no tienes sangre en las venas! Dame el teléfono Sara.
+¡No se lo des!
Le envió la foto a León y sólo pude prepararme para lo peor. Sabía cuánto le molestaría aquello, aunque me aferré a la esperanza de que me lo negase todo para así creerme del todo mi autoengaño destructivo. Enseguida sonó el tono de llamada y, tragándome las lágrimas, respondí temblorosa.
-¿De dónde has sacado esa foto?
+¿Eres tú?
-No. Apenas se ve la cara del chico.
Tenía razón, pero yo era más lista y en ese momento maldecía ese don, pues conocía perfectamente sus lunares y sus manchas, y en la foto se apreciaba claramente la mancha con forma de sardina que tenía bajo el brazo izquierdo.
+Ya. A mi me la han mandando.. Pero tranquilo, que no me creo nada de lo que diga la gente. Solo quieren que lo dejemos…
-Y tú, ¿quieres dejarlo?
+¡No! Te estoy diciendo que te creo a ti.
-Vale. Me voy a dormir. Mañana hablamos.
+Vale. Te quiero.
Al menos me quedé con la sensación de que él se convenció de que yo le creía. Duró poco tiempo…Julián sostenía mi móvil mientras cuchicheaba algo con Sara y yo sentía cómo mis pulmones se dilataban en una necesidad extrema de romper a llorar. Si hubiese existido una píldora para impedir el razonamiento me hubiese provocado una sobredosis a base de ella. Porque aunque nadie lo entendiese ni compartiese conmigo, para mi el amor era sacrificio, perdón y entrega. Y de verdad creía que mi entrega era más que todo lo que el que recibe puede pedir.
-El de la foto sí soy yo. Anoche salí, pero no pasó nada más.
Julián leyó el mensaje en voz alta y me dejó responder mientras ellos no paraban de insultar a León.
+¿Por qué me has dicho antes que no eras tú? A mi no me importa que salgas, no pasa nada.
A partir de ahí mis mensajes se volvieron suavizantes en un intento de calmar a la bestia, y los suyos defensivos en un intento de protegerse frente a su propia víctima.
-Porque eres muy pesada con querer saberlo todo. ¿Qué pasa, que tú también sales de noche?
+Yo no, prefiero quedarme en casa. Perdóname si soy tan pesada, solo me preocupo por ti.
-Pues ya no hace falta que te preocupes más.
+¿Me estás dejando?
-No.
+¿Entonces?
-Yo voy a seguir siendo así, te guste o no. Y voy a seguir saliendo.
+Bueno, pero ¿hay algo entre esa chica y tú?
-Solo es una amiga. Y no preguntes más, que no puedes saberlo todo.
+¿Cómo que no? Yo te lo cuento todo…
-Sí, seguro que cuando sales por ahí con otros también me lo cuentas…
+Yo no salgo con otros.
-Bueno, venga, vete a dormir.
+No tengo sueño, solo me apetece hablar contigo…
-Pues yo no te voy a hablar más hoy. Hasta mañana.
+¿Por qué ya no me dices te quiero?
-Tú tampoco.
+Yo te lo digo siempre…te quiero mucho.
-Bff
+Vaaale, no me lo digas si no te sale…mientras lo sigas sientiendo…
-Qué pesada estás joder.
+Perdón.
-¡No me pidas perdón por todo!
+Bueno, no te molesto más…
-No me molestas. Es que me das pena joder.
+¿Pena? ¿Por qué?
-Joder Violeta, porque no soy capaz de dejarte. Pero no me apetece estar contigo, la llama se apagó hace tiempo y no te enteras.
+¿Ahora sí me estás dejando?
-No sé.
+Mira, yo no quiero dejarlo y sé que tú me quieres tanto como yo a ti. Vamos a dormir y mañana lo veremos todo de otra forma…Hasta mañana, descansa, te quiero.
-Yo ya no te quiero Violeta. Lo siento, pero estoy contigo por pena. No me hables más ni me llames, así será más fácil para los dos.
Hubo una hora de diferencia entre mi último mensaje y su respuesta, que llegó a las dos de la madrugada mientras yo suplicaba a Dios que me diese fuerzas para encontrar una solución a lo nuestro. Cuando sonó el móvil, no encontraba la valentía para mirarlo, y al hacerlo no cesé de repetir en voz alta «por favor que sea algo bueno». Cada palabra suya era un puñal inesperado, y por fin mis pulmones se liberaron en forma de unos gritos de dolor espeluznantes.
Rápidamente mis amigos entraron a la habitación. Ninguno se atrevió a decir nada. Me quitaron un móvil que ya no necesitaba y se acurrucaron junto a mi, testigos de una noche en la que el corazón se iba desintegrando con cada recuerdo hasta dejarme seca y vacía, muy vacía.
Ahora tengo que ir al reverso y leer el primer capítulo. 🙂
Saludos!
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Jajaja, espero que te guste Carol! 😊
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Muy interesante! Aún me quedan otros capítulos por leer.
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Me gusta que te guste! Lo mismo digo de tu blog 😊
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